Acabar con la intolerancia
La lucha por los derechos de las
personas lgtbi en la sociedad occidental parece que se decanta a favor de la inclusión. A pesar de
eso no deberíamos cantar victoria antes de tiempo, ya que quienes se oponen no lo van a poner fácil y harán todo lo que esté en su mano
para imponer sus absurdos prejuicios. Sin embargo todo parece indicar que poco
a poco la homofobia, al menos la más evidente y descarada, va siendo
arrinconada en lugares marginales, y que quienes detentan puestos de poder, por
convicción o intereses más o menos evidentes, han decidido enarbolar la bandera
de la diversidad.
Son los grupos religiosos más
fundamentalistas, las instituciones más conservadoras, o las personas más
rígidas, quienes a día de hoy muestran un mayor índice de intolerancia hacia la
diferencia, y sobre todo, a que esa diferencia pueda ser protegida por la ley,
o querida por el mismo Dios. Dicha intolerancia, como cualquier otra, sólo
tiene razón de ser cuando alguien se siente atacado o ve peligrar su seguridad.
No hay más que rascar un poco para verlo claramente, no hay convicciones, sólo
miedo.
Algunas personas intentan
tranquilizarlos, lanzando puentes para dialogar, intentando que el temor y los
recelos desaparezcan. Para ello muestran al colectivo lgtbi como un grupo
minoritario de personas más o menos aceptables, que sólo buscan poder vivir de
manera digna, sin molestar o violentar a nadie. Se trataría en definitiva de
animar a vivir y dejar vivir, no hay en todo esto un conflicto o enfrentamiento
necesario, sólo el ejercicio del respeto, la tolerancia, o misericordia, que
toda sociedad, comunidad religiosa o institución debería tener.
Pero, excepto raras excepciones,
el fundamentalismo, la rigidez y el conservadurismo no se dejan engañar.
Aceptar la diversidad lgtbi es dejarse derrotar, es tener que lanzar a la nada
los fundamentos sobre los que han construido su existencia. Decir que ser
hombre o mujer no viene determinado por los genitales, sino que es algo que se
aprende de maneras diversas, pone en entredicho todo un sistema de convicciones
que han dado sentido a una manera de entender al ser humano. Y es que el
colectivo lgtbi no pretende convivir placidamente con ese mundo opresivo y
cuadriculado que lo excluye, sino que quiere hacerlo desaparecer.
No se intenta defender
tímidamente que Dios ama también a los homosexuales, sino negar que la
heterosexualidad sea la voluntad de Dios para el ser humano. No se quiere
demostrar que las familias lesbianas y gays son positivas para la sociedad,
sino denunciar que en ocasiones las familias heterosexuales siguen siendo un
mal lugar para que niños y niñas tengan las mismas oportunidades y sean
educados en la igualdad.
No se pretende defender el derecho de toda persona a una reasignación
de sexo, sino evidenciar la estupidez que supone el etiquetar a una persona y advertirle de
a que puede o no aspirar, con una simple mirada a su entrepierna en el
momento de nacer.
Podemos decirles que en nuestro
mundo ellos también caben tal y como son, y que respetamos su manera de pensar,
o incluso de opinar, pero debemos ser sinceros: su mundo asfixia, hace sufrir y
asesina, por eso queremos que desaparezca lo antes posible su propuesta de
mundo hecho exclusivamente por y para ellos. No estamos de acuerdo con quienes
pretenden pactar, con quienes creen que debemos renunciar a las diversidades
políticamente incorrectas para que nos acepten, no estamos de acuerdo con ser
asimilados en sus iglesias, instituciones o comunidades asfixiantes. Queremos
transformarlas, hacerlas más humanas, más diversas, más reales y más justas.
Hay que ser sinceros no estamos por la paz a toda costa, sino por el fin de una
manera opresiva de entender al ser humano.
Y es por eso que están en todo su
derecho de gritar en las calles, en sus medios de comunicación o en sus
púlpitos, que tienen miedo. Más que derecho, tienen razones para hacerlo, puesto
que no pararemos hasta que todos los seres humanos puedan decir libremente como
se entienden a sí mismos, si quieren seguir siendo así o no, a quien desean, y
con quien quieren compartir su vida. Prometemos respetar su derecho a opinar, a
amar, a encasillarse y limitarse como cualquier otro ser humano, pero
sinceramente reconocemos que trabajamos para que su ideología de odio desaparezca
lo antes posible, incluso de su mente. Todo parece indicar que nuestra labor
empieza a dar sus frutos, pero es importante no desanimarse, y sobre todo no
bajar la guardia. La
justicia nunca se logra sin perseverancia. Y erradicar por completo el miedo,
aunque sea a la diversidad, nunca es fácil.
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